MUSEOGRAFÍA SALVAJE

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La precariedad es una situación tan frecuente y normalizada que llega a convertirse en una forma de existencia laboral para distintas instituciones y actores culturales. 

Los curadores también podemos ser parte de ella, cuando ingresamos a ese círculo de circunstancias que requieren de soluciones urgentes y prácticas, porque para ello, la curaduría suele tener respuestas muy poderosas. 

Para estos casos hay una forma distinta de ver los hechos y hasta una denominación: museografía salvaje, que se despliega las veces que los curadores hemos aceptado propuestas que clara e inexorablemente acabarían siendo un reto en todo el sentido de la carencia económica y de recursos materiales. Y los motivos también suelen ser distintos pues terminamos en esas condiciones ya sea por afinidad con el tema, ya sea por la infantil certeza de que gracias a nuestra experiencia solo nosotros podremos hacerlo mejor o ya sea por amistad con el organizador o con los artistas. Ya sea por soledad. 

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Alguna vez escuché a Gustavo Buntinx comentar en medio de un montaje que: “el curador es Dios”. Obviamente se refería a que es él quien “ordena y desordena” en su “contexto” –usualmente una galería, museo o espacio intervenido– principalmente durante el proceso de instalación de obras y museografía. Y es que no puedo más que coincidir con lo aquella vez escuchado: nadie debe intentar involucrarse de manera tangencial, subrepticia o con descaro en el proceso emprendido por el curador a cargo. A menos que él lo requiera.

No lo creerán, pero sucede con demasiada frecuencia.

Pero hay una justificación: nadie tiene la obligación de comprender que el curador es el padre de esa “presencia y experiencia” colectiva pronta a surgir, o de tan siquiera imaginar que la curaduría puede llegar a ser un proceso con vida propia y que en la mayoría de ocasiones no culmina hasta un minuto antes de la inauguración. 1

Es cierto, todo esto contraviene a la profesionalidad, así como a los pasos que el campo y la materia exigen e incluso, de manera insolente no contempla a los museógrafos como parte de este proceso. Pero la curaduría de arte requiere de libertad.

Las exposiciones que con más intensidad recuerdo son aquellas en las tuve total autonomía y apertura, desde el tema, los contenidos hasta la selección y despliegue de obras, lo que obviamente se agradece a los convocantes.    

«El curador no solo es un ente propositivo, sino también realizativo»

En una ocasión inolvidable, Luis Lama respondió ante una situación que merecía una pronta y enérgica respuesta: «el curador se hace responsable de todas y cada una de sus decisiones”. En otro momento también vi a Lama levantarse la manga de la camisa y sumergir el brazo en una galonera de pintura hasta más arriba del codo para removerla desde el fondo del balde y enseñarle así a un nuevo montajista cómo matizar el color de manera uniforme. 

Particularmente, estas y muchas otras situaciones me han convencido de que en la maquinaria de las exposiciones el curador debe ser el primero en conocer y experimentar todos los recursos necesarios que estén a su alcance para la realización de una exhibición. Desde desarrollar su propia museografía, la que será abierta y con la capacidad de adecuarse a cualquier ambiente, hasta conocer de carpintería, pintado de paredes, electricidad, luminotecnia, manejo de herramientas, técnicas de colgado, de colocación de ploteos, de embalaje, seguridad, etcétera. Y etc.

El curador no solo es un ente propositivo, sino también realizativo. Y es en las circunstancias más salvajes donde identificará su poder de respuesta y de realización de objetivos. Estoy seguro que esta capacidad será reconocida por los curadores cuya experiencia con los espacios y no-espacios, pequeños e inmensos, ha sido extensa e intensa. 

«Museografía salvaje» surge entonces como una denominación muy personal acerca de la capacidad práctica del curador a la hora de enfrentarse principalmente a un proceso caracterizado por la carencia, tanto de tiempo como de recursos.

No sería adecuado confundirla con una museografía que busca cierto “salvajismo”, propio del carácter de la propuesta artística que así lo exige. 

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Museal y práctico

Ahora, con más orgullo que vergüenza confieso haber realizado en espacios privados y estatales, tanto en Lima como en otras ciudades del país, no solo la curaduría y la museografía sino también su montaje en la más completa soledad. Afortunadamente desde el año 2017 con Teresa Arias Rojas creamos Canal Museal y ya somos dos los que compartimos estas emociones.

Otras tantas veces he amanecido pintando paneles y muros, clavando muebles o perforando paredes. O produciendo las piezas a exponer e incluso planteando su museografía y distribución en el mismo lugar horas antes de la inauguración, y sin haberlo conocido antes. O inventando artilugios museográficos para reemplazar a los que no hay.

Lo que tampoco hay es queja en estos párrafos, más bien existe la aceptación de una situación y de todas las decisiones tomadas en esos contextos, y hay también, la posibilidad cumplida de haber creado un artefacto con mis propias manos, además del convencimiento de que no existen oportunidades perdidas. 

Hoy puedo confesar, por ejemplo, que con una mirada advierto si una pintura se encuentra ligeramente fuera de lugar, lo que actualmente me permite instalar de manera exacta cualquier obra sin necesidad de nivel o de wincha, es decir, a “ojo pelado”. También he logrado una visión periférica que me permite, literalmente, situarme detrás mío y observar el todo hasta encontrar donde pudiera existir un fallo de equilibrios, sea de piezas, de colores, de alturas o de niveles. 

Pero más aún, confieso mano en el pecho que muchas de las soluciones más alucinantes a las que puede recurrir una “museografía salvaje” no serían posibles para un curador sin el trabajo mano a mano y la observación de los despliegues técnicos del “equipo oculto”, como una vez denominó en la revista Arte Marcial, Edwin Huancachoque, excelente jefe de montaje del Museo de Arte de San Marcos al conjunto de personas que realiza el trabajo más «duro» detrás de las exposiciones.

Y al que muchas veces, y más de lo que se sabe, debemos el éxito de una muestra. 

Nada es por gusto, todo por decisión. La museografía salvaje exige sus propios rumbos.

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1 Si pensamos en todas las actividades que usualmente se programan alrededor de una exposición, incluidos el proceso de desmontaje y devolución de obras, realmente el proceso no termina hasta el final de la muestra y sobre todo, cuando el curador recibe el 100 % del pago correspondiente.  😉

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