AMAMOS TODO LO QUE LA LUZ ESCRIBE | GEORGES MELIES: El abanico maravilloso, 1904

En Canal Museal somos totalmente fanáticos de los Cosmoramas, Panoramas, Gabinetes Ópticos y Fantasmagorías. Es decir, aquellos antecedentes visuales de las proyecciones, que incluían toda una maquinaria de efectos lumínicos y escenográficos con el objetivo de compartir con el público espectador, una serie de experiencias únicas e inolvidables.

Su historia nos fascina, tanto así que un día decidimos hurgar en nuestro pasado, hasta ubicar y configurar una desconocida y extraordinaria actividad cultural a mediados del siglo XIX en Lima y en otras ciudades del país, basada en estos sistemas de transmisión cultural a través de las imágenes en movimiento y las proyecciones.

Se trataba de un conjunto de experiencias de terror, de presentación de autómatas y de magnetizadores, de hipnotistas y de decenas de curiosas situaciones y personajes que contamos en buena parte de nuestro libro: Solo para curiosos. Origen de los museos en el Perú, y que pueden leer en Ibermuseos.org, tan solo clicando sobre el título o la imagen de la portada que aquí publicamos.

Hablando de libros, esta semana llegó a nuestras manos Fantasmagoría. Magia, Terror, Mito y Ciencia, de Ramón Mayrata, La Felguera Editores, Madrid, 2017. Aún no lo leemos, pero con solo haber ojeado su contundente cantidad de información y de imágenes, bien creemos que vale la pena el pedido vía online. Pronto publicaremos nuestra reseña.

Amamos todo lo que la luz escribe. Y por eso amamos también al francés Georges Melies, heredero de toda la magia de aquella deslumbrante época de descubrimientos y avances ópticos. Yo tenía un tío, que llegó a cumplir el sueño del cine-club propio, dirigiendo durante años el Cine Club Melies, entre las décadas de 1980 y 1990 en un local de Pueblo Libre.

Un viejo dibujo a lápiz de Don Quijote y Sancho Panza sentados en sus caballos, por Wilhelm Marstrand.

El siguiente corto, titulado El abanico maravilloso (1904), lo ví en un día de finales de la década de 1970 en una de las paredes de la sala grande de nuestra casa. Mi tío llevó la cinta y el proyector solía guardarlo en su cuarto los días de semana cuando su cine no funcionaba.

Ahora lo compartimos con nuestros amigos y amigas de Canal Museal, seguros de que en sus pocos minutos podrán sentir un resumen de ese acto evocador que involucra a aquellas extrañas pasiones por el pasado, que sin haberlo vivido, por alguna rara razón, se le añora.

Cuando veo al rey cayendo de asombro en asombro, siento que debe ser lo más cercano a la reacción que detonó hacía 1840 cuando sobre un tabladillo las imágenes surgían entre humos y poleas. Mientras que los actos del mago ilusionista, esos movimientos, aún los veo sobrevivir como almas en pena en los quemados fosfénos, muy debajo de mis párpados. (También me hubiera gustado otro final, pero es lo que hay).