Entre las décadas de 1980 y 1990, Lima era una ciudad de libreros, revisteros y lectores empedernidos. Claro, esto venía de mucho antes, recuerdo los estantes de mi padre y de mi tío materno que andaban repletos de publicaciones de segunda obtenidas no sé dónde y otras adquiridas en librerías que ya no existen, el sello lo atestigua todo.

Solo recuerdo lo que viví: las calles del Centro de Lima y sus zonas de venta, la avenida Grau, los puesteros de suelo de los señores de la Plaza Bolognesi y el Paseo Colón. La calle Malambo y alrededores, a pocas cuadras de la Plaza 2 de Mayo. O a un señor muy mayor que atendía en una quinta enrejada no recuerdo en qué calle, pero estaba muy cerca al diario El Comercio. Luego Luis Eduardo Wuffarden me dijo que fue uno de los últimos y reconocidos libreros de viejo que hubo en Lima centro. De librerías no hablemos ahora, que esa es otra historia.

Ahora rememoramos por ejemplo las dos cuadras del jirón Lino Cornejo que conectaban los jirones Lampa y Carabaya, verdadero paraíso de comics, fotonovelas, donde encontrabas cientos de ejemplares de Variedades y Mundial, y sobre todo historietas de Argentina y España: Humor y Bésame mucho, respectivamente, las recuerdo muy bien. Las que sobrevivieron están en el Archivo de Canal Museal. Allí conocí a todo Dago o Nippur de Lagash de Robin Wood en las series completas hechas rumas de El Tony, Intervalo, Fantasía y D’Artagnan. Vito Nervio y otras maravillas como Las Aventuras de Marco Mono de Carlos Trillo y el genial Enrique Breccia o Las Puertitas del señor López, en este caso de Trillo y el dibujante Horacio Altuna, también se encontraban fácilmente a Sophie, o Estados Alterados e historietas extranjeras que ya no recuerdo. Pero las guardamos.

Bueno, entre tanta maravilla también llegaban a estos y otros lugares de venta, libros y revistas antiguas también extranjeras y de todo tipo, algunas del siglo XIX o de inicios del XX. Adquirí varias porque además de estar muy baratas, me encantaban los grabados y a veces me servían para realizar algunos collages, me engatuzaba el estilo visual medieval. Una revista de aquellas era grande (el nombre no está en mi cabeza) y la otra PRO MEDICO. Revue périodique illustrée, publicada en París, Francia por Edit Lambiotte Frères, en la década de 1930.

Hace algunas semanas inicié una limpieza y selección de los archivos que resguarda Canal Museal y me encontré con algunas revistas de aquellas y buscando espacio, con dolor las coloqué en la basura quedándome con un par o un ejemplar de cada una. ¿Qué iba a hacer con revistas francesas de los años 20 o 30 sobre medicina llenando espacio, cuando lo que requería era justamente más lugar para los archivos en los cuáles estamos poniendo orden: los del Grupo Teatral para Niños Abeja, los del dramaturgo y compositor de canciones infantiles Ismael Contreras Aliaga y los del Cine Club Meliés, dirigido por Walter Meza Medina. Aparte de los nuestros, el de Teresa y el mío, que se unieron para ser completamente museales.

Pues sí, Mal de Archivo, algo que lo que hablaremos en otro artículo. Pero llegó el momento del arrepentimiento. Un arrepentimiento que conozco bien, por ejemplo, como ese que ocurre cuando prestas por amistad un libro que te encanta, sabiendo que nunca regresará a tí. Segundos de amistad y sufrimiento. Porque luego queda el sufrimiento y la soledad del libro.

Hoy, que le dediqué algunos minutos a poner orden en la bodega del archivo Museal, y encontré la única revista que separé: el numero dos de PRO MEDICO. Revue périodique illustrée, publicada en París en 1939. Al verla, recordé sus dibujos, sus grabados medievales y de pronto… hizo su aparición una idea de esas, obvias, sencillas, que llegan como chapadas de pronto en el aire. ¿SI escaneo un articulo de la revista y le pido a la Inteligencia Artificial (IA) que extraiga el texto en francés de las imágenes y luego que las traduzca con el traductor del ChatGPT o el de Google, que me parecen confiables. Obvio, no perfectos.

¡Y vuala! el artículo del que solía solo contemplar los grabados y nunca pude leer porque no se francés (qué difícil situación se viene para los traductores y profesores de este idioma) estaba ante mí, en perfecto castellano y casi listo para su publicación. Ajustes aquí y allá y ya teníamos un texto muy curioso para compartir con todos nuestros amigos de Canal Museal. Claro que sabemos que no es un texto realmente traducido por una persona que puede entender algunas sutilezas del lenguaje o de los significados. Pero por el momento, lo importante era la información.

Mal de Archivo. ¿Porqué no se me ocurrió esta idea antes de pensar y pensar si eliminar o no aquellas revistas y libros en otros idiomas sobre teatro, diseño y educación de la década de 1970? Reitero, la IA ha llegado para maravillarnos y a vez, jodernos la vida. Malísimo de archivo: ¿porque no se me ocurrió antes de desechar?.

Aquí va el texto traducido y los grabados que lo acompañan. Una delicia para aquellos fascinados por las curiosidades de la medicina y de la historia.


NOTA DE CANAL MUSEAL

Guillaume Bouchet fue un escritor y poeta francés nacido alrededor de 1513 y fallecido en 1594. Hijo de un impresor-librero, fue conocido como señor de Brocourt y también ejerció como juez-cónsul de los comerciantes de Poitiers. Formó parte de un grupo de poetas y escritores en Poitiers durante el siglo XVI, destacándose por su obra sobre cetrería y por su colección titulada Les Serées (Las Tardes). Este libro, inspirado en los Ensayos de Montaigne, es una serie de reflexiones y narraciones ligeras sobre temas como humor, filosofía, costumbres, religión, ciencia, arte y literatura. Aunque a veces pesado en su estilo, Les Serées fue un éxito y se reimprimió varias veces después de su publicación inicial en 1584. La obra refleja la amplitud de intereses y la versatilidad de Guillaume Bouchet como escritor, proporcionando una visión vívida de la vida y las costumbres del Renacimiento francés.

En esta ocasión, reproducimos una reseña hecha por un Doctor de apellido Pleven, que resalta el papel de los médicos y sus técnicas de curación en el siglo XIX, incluidas en la obra de Guillaume Bouchet, Les Serées.


LA MEDICINA Y LOS MÉDICOS | Visto por Guillaume Bouchet, el Poitevin Montaigne (1513-1593) | Por el doctor Pleven

Guillaume Bouchet, quien se convertiría en impresor profesional, nació en Poitiers en 1513, hijo de Jeanne Boisseau y Jacques Bouchet, impresor.

Su tío, Guillaume Bouchet, parece haber sido socio de su padre antes de que este último se asociara con los Marnoff alrededor de 1544. También se conoce a un hermano, Jacques Bouchet, homónimo de su padre, quien escribió un soneto para la tumba de Jean de la Péruse. Por tanto, pertenecía a una familia de impresores y poetas.

Guillaume Bouchet, hacia los cuarenta años, se dedicó casi por completo al estudio de las humanidades y la poesía. Poitiers era en aquella época un centro universitario muy floreciente, y algunos jóvenes poetas de la Pléyade acudían allí para extraer el jugo de la antigüedad mientras llevaban una existencia alegre e incluso loca. Entre ellos estaban Baïf, Tahureau, Jean de la Péruse, Boiceau de la Borderie, Scévole de Sainte-Marthe y Vauquelin de la Fresnaye.

Scévole de Sainte-Marthe, grabado de Larmessin.

Pero, tras finalizar sus estudios, Bouchet se encontró solo y se convirtió en impresor, como su padre. En 1575 o 1580, amado y respetado por todos, bien situado, acomodado, benévolo y caritativo, fue elegido por sus pares juez-cónsul, de los comerciantes de Poitiers, lo que corresponde aproximadamente al estado actual de nuestra legislación a la presidencia del Tribunal de Comercio. Murió en el ejercicio de sus funciones a la edad de ochenta años.

Les Serées

Nos dejó un libro enorme, del cual solo había publicado el primer volumen en 1584. Este libro, Les Serées ou Soirées, en su última edición, que data de 1873, consta de cerca de 1300 páginas compactas, casi sin párrafos y contiene más de 500 cuentos, cada uno de los cuales es autosuficiente, presentado de forma ligera y clara. Como indica el propio autor en su discurso introductorio, Les Serées no son más que ensayos al estilo de los de Montaigne con los que a menudo se pueden comparar. Son una especie de informe detallado, en forma de narración más que de diálogos, de conversaciones nocturnas, después de las comidas, entre familiares, vecinos y amigos.

Estas conversaciones son alegres, francas, a veces incluso eruditas, sin sonrojarse ante las palabras groseras y los comentarios alegres. Son obras de buena fe; los discursos son libres y salados, reflejan la honradez de antaño y la sencillez de nuestros antepasados. Nos informan de todo: las ideas, costumbres y usos de la época, fijan algunos puntos oscuros de nuestra historia provinciana y elevan a la filosofía humana y, en ocasiones, a las ciencias sociales y a la más sana moral. Me limitaré a dar la opinión de estos burgueses provinciales, al azar de Les Serées, sobre los médicos de la época y sobre determinadas prácticas médicas. El mismo trabajo podría realizarse en los más diversos campos; la obra es una verdadera enciclopedia de la vida en Poitou en el siglo XVI.

Así nacieron los Matasanos

Los médicos y la medicina, como podría pensarse, fueron ampliamente criticados durante la décima serie. Son objeto de ataques ordinarios ya que, cuando un profano se involucra en escribir sobre médicos, es para cargarles con toda la ignorancia y todos los pecados capitales. Esta décima serie incluye cuentos particularmente jugosos e incluso escandalosamente «sazonados». Sin embargo, Guillaume Bouchet, preocupado por la justicia, invitó a un médico a esta memorable cena, y el acusado tuvo todas las oportunidades para defender su arte y a sí mismo. Defensa sin efecto destacable, además, el asedio de los invitados se realizó antes de cualquier discusión.

Uno de los Serées —así corta Bouchet su masiva narración para darle la apariencia de un diálogo— expone, en primer lugar, los prejuicios de la Antigüedad contra los médicos. Parece que, durante seiscientos años, los romanos expulsaron a los médicos de Roma, ¡y que la ciudad nunca estuvo tan sana! Los sicionianos “nunca permitieron que hubiera médicos en su república por miedo a matar a hombres sanos”.

Heródoto afirma que los babilonios nunca recurrieron al médico y sabemos que Sócrates quiso limitar al extremo su número. Bouchet cita además a Montaigne, que no vio raza de gente enferma tan pronto y curada tan tarde como la que se puso bajo la jurisdicción de los discípulos de Esculapio. “Porque”, añade nuestro autor, “los médicos no se contentan con tener enfermedad, sino que enferman la salud, para asegurarse de que uno no pueda escapar de ninguna manera a su autoridad”.

El carácter de los médicos es objeto de burlas venenosas. Pocas personas, según nuestros charlatanes, de la misma honorable profesión, se envidian más y se calumnian más. ¿Es probable que lleguen a un acuerdo entre ellos? ¿Y no entendemos por qué los griegos, que tenían una alta idea de la dignidad humana, dejaron la Medicina en manos de estos esclavos y siervos?

“Nunca verás a un médico usando la receta de su compañero, sin sumar o restar algo. Incluso cuando miramos sus consultas, que Plinio llama malditas, se dice de uno y de otro ‘del otro, para no servir de lacayos unos a otros’. Para los invitados, conviene tener más miedo del médico que de la enfermedad, porque el médico, sin saber nada, te hace pasar inmediatamente de la vida a la muerte: ‘Primero se mueve el enema, al día siguiente, repetidas sangrías, que es una práctica nueva por tener doble salario, luego viene la purgación, que no está exenta de ruibarbo. Y de nuevo, en estas cosas tan comunes no coinciden: porque unos purgan antes de sangrar y otros sangran antes de purgar. Hecho esto, se encuentran al final de su éxito: y sin que ocurra ningún nuevo accidente, la mayoría de las veces se ven obligados a probar remedios contrarios al primero…’”.

El baño. Grabado sobre madera para un almanaque médico de 1508

Molière no inventó nada, y es agradable encontrar sus anatemas y burlas en la obra de Montaigne de Poitiers. Para ambos, es mejor dejar al paciente con su naturaleza, que cura más enfermedades que todos los medicamentos: “Escribe la naturaleza a Bouchet enviando con mayor frecuencia las enfermedades al día de Todos los Santos, y los médicos las envían al día siguiente”.

Borrachos buscan su curación

Siguen largos detalles, una defensa del médico perdida entre los invitados, y se llega a la conclusión de que existen, si es necesario, algunos médicos honestos y dignos de estima. Se repasan los Empíricos, “que relacionaban todo con la experiencia y el uso, y no con la razón”; los Metódicos, “al flujo y su prevención”; y los Logísticos o Racionales, “que con experiencia ponen en práctica la razón”. Esta clasificación da lugar a un sinfín de controversias, y se concluye que, en última instancia, el mejor médico es el que menos cree en la medicina, se contenta con dejar actuar a la naturaleza y elevar la moral del paciente. Porque la Muerte está al final, inevitablemente: “Los Médicos están felices”, porque el Sol vela sus bellas curas, y la tierra cubre sus faltas: “y los más eruditos no dejan que sus enfermos languidezcan y se pudran… El mejor y último médico de los enfermos, ¡es la muerte!”.

El autor de Les Serées también nos confía, durante su plétora de narraciones, las famosas recetas para “curar” la mayoría de dolencias y enfermedades graves. En la velada dedicada al vino, nos explica los numerosos remedios que se utilizan contra la embriaguez. Bouchet y sus amigos tienen un santo horror al agua; siempre beben vino sin agua y lo beben seco. Entendemos que estén preocupados por los medios más comunes para contrarrestar los peligros de la embriaguez.

La sangría. Grabado sobre madera para un almanaque médico de 1508

Para tolerar bien el vino, es bueno, por la mañana, comer unos huesos de melocotón y otras tantas almendras amargas, o beber el jugo de sus hojas, que “a través de la orina, evacua los humores acuosos y, por este medio, los vapores van a otros lugares que no van al cerebro, y se impide que el vino entre en las venas, el amargor secando la humedad…”. La nuez moscada y un trozo de pan untado con miel también doman la fuerza del vino; en cuanto al aceite de oliva, hace «fluidos los intestinos y dilata los vasos urinarios, de modo que el vino fluye incontinentemente».

Conozco bebedores empedernidos que observan estos preceptos. Las coles, cocidas o en polvo, sazonadas con mirra, son soberanas contra la embriaguez. También parece que el rábano picante, la cebolla macerada en vinagre, el cilantro en azúcar, la piedra pómez en polvo y el pulmón de cabra son excelentes antídotos. Casi me olvido de la corona de hiedra o del sombrero de rosas de los antiguos, porque el frío y la sequedad de la hiedra reprimen el calor del vino, así como el buen aroma de las flores previene los dolores de cabeza.

Si, a pesar de estas precauciones, el huésped se excede y cae en las «viñas del Señor», entonces entran en juego los remedios recomendados por los médicos. La lechuga, «por su frigidez natural, contraria al vino y a la embriaguez: por eso los Antiguos la servían al final de la mesa», decía Marcial. El borracho recupera el equilibrio coronándose de azafrán; la amatista goza de las mismas virtudes que el limón y la naranja. Una fricción en las plantas de los pies desvía la sangre del cerebro y les doy una receta al menos curiosa que parece ser la favorita de los de Les Serées: cuando se han utilizado todos los medios ordinarios, “tan profundamente está arraigado el mal, es necesario mojar los genitales del hombre, es decir, si los tiene, y los pechos de la mujer, y envolver ambos con ropa mojada en agua bien fría, dándoles a beber un poco de agua y vinagre”. Por experiencia, añade Bouchet, estos dos remedios son reales, por «haberlos visto practicados por uno de mis compañeros”.

Matando perros y curando muelas

En la Serée dedicada a los perros, el autor, hablando extensamente de la rabia, que en aquella época provocaba numerosas víctimas, recoge algunos remedios muy curiosos. No es que la rabia sea para él una enfermedad extraordinaria y peligrosa, porque muchas veces la trata como “manía” e incluso como “melancolía”. Por tanto, es probable que en el siglo XVI, cuando muchas enfermedades infecciosas se calificaban de «peste», todo un grupo de estados nerviosos pasaba por rabia observada en los perros.

Cazando un perro rabioso. Grabado tomado de una obra de Matthioli (Bale, 1647)

Bouchet nos cuenta primero por qué los perros son más propensos a la rabia que otros animales. Esto se debe a que son «muy calientes y secos por naturaleza, lo que les hace abundar en ira, y, a causa de esta ira, tienen un oído muy agudo, de donde resulta que, si un perro ladra, los demás lo oyen desde lejos y hacen lo mismo; siendo, por tanto, calurosos y secos, no debería sorprendernos que tengan muchos estados de ánimo melancólicos que quemar, principalmente durante el gran calor abrasador y las grandes heladas, siendo el calor del perro aumentado por las mutaciones repentinas…». Los invitados notan que la espuma de un perro rabioso, sin mordedura ni picadura, puede provocar la enfermedad, siempre que permanezca en la piel durante un tiempo determinado. En cuanto a los remedios, son numerosos, lo que es una clara prueba de su ineficacia.

La rabia se cura, según Galieno, si la persona mordida bebe sangre de perro. En este caso, el microbio prefiere la sangre canina, se “convierte” a ella y deja en paz la sangre humana. También puedes cortarle el pelo a un perro plaga, ponerlo en cenizas y beberlo con vino. Plinio recomienda la rosa silvestre, otro la absorción de pastillas hechas con el cráneo de un ahorcado. Los baños de agua de mar también son soberanos, y el loco que se arroja al agua siete veces, de cabeza, sale inmune para siempre. Los encantos y los encantadores permanecen, pero los de Les Serées, que son serios y eruditos, apenas creen en ellos.

Muy curiosas también las recetas para curar el dolor de muelas. Aunque se coincidió en que, si se trata de un diente infectado, es mejor eliminar la causa que intentar calmar el dolor, «siendo mucho mejor subir a casa» para evitar que llueva en casa, y volver a ponerse la ropa. el canalón, que «basta con poner un recipiente debajo…». Un huésped aconseja, para evitar la erosión, ponerse un poco de sal en la lengua todas las mañanas. Cuando la sal se derrite, nos frotamos los dientes con ella, luego nos lavamos la boca, cada mes, con un poco de vinagre en el que hemos infusionado las raíces de “Thethimal”.

Otro propuso, como bálsamo supremo contra el dolor de muelas, tomar un diente de ajo, un poco cocido en ceniza, y aplicarlo en el diente y en el oído, tan caliente como el paciente pueda soportarlo. En caso de fracaso, se puede poner «en la arteria de la sien, encima de la dolencia, un emplasto hecho de resina de brea, mezclada con polvo de alumbre y nueces de «bilia», que se aplica día y noche. A todos estos remedios se suma el lavado de la boca con jugo de raíz de espárrago, o masticar alcaparras cocidas en vinagre, con o sin decocción de hojas de tamarisco, o de raíces de zarza, o incluso de llantén. Los invitados bromistas siguen proponiendo remedios más extraños: colocar eléboro en el diente hueco, frotar los dientes con sangre de tortuga, lavar con una mezcla de salitre y vino, añadir un poco de pimienta.

La Medicina. Fragmento de una grabado de inicios del siglo XVII

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