En el centro histórico de Lima, un nuevo espacio dedicado al arte nos ofrece una exposición que invita a reflexionar sobre la relación entre el ser humano y su entorno natural. Se trata de la exposición de Paolo Vigo (Trujillo, 1980) individual bajo la curaduría de Juan Peralta. El ingreso es libre; basta con consultar al señor que atiende en la entrada, quien nos indicará hacia dónde dirigirnos.

Antes de comentar la exposición de Vigo, me gustaría, no sé si en un orden acertado o no, referirme al espacio donde se ubica esta sala y su entorno, como eje cultural. Incidencias se presenta en la galería de arte contemporáneo de Casa Tambo, un restaurante que combina la experiencia gastronómica con una apuesta por el arte y lo museal.

Hace tiempo comprendí que la etimología del término “restaurante” proviene de la idea de “restaurar” a la persona mediante el consumo de alimentos. Más tarde, descubrí las prácticas de los restauradores de patrimonio, y curiosamente, esta analogía me lleva a reflexionar sobre las actividades de un restaurante que ha sido adecuadamente restaurado.

Este restaurante, conocido como El Tambo de Oro, fue uno de los establecimientos más exclusivos del centro de Lima durante las décadas de 1950 y 1960. Su cocina estaba dirigida por el renombrado chef francés Roger Piaget.

Ubicada en el jirón Belén 1066, a pocos metros de lo que fue el Instituto de Arte Contemporáneo (IAC), la casona republicana permaneció durante años medio cerrada, albergando agencias de viajes y tiendas de artesanía en decadencia. Posteriormente, cerró durante un largo período.

Recuerdo haber ingresado en varias ocasiones, pagando una propina al guardián, quien me permitía acceder hasta el fondo del edificio para fotografiar la arquitectura y el deterioro del lugar. Aún se podían observar las cocinas y las tiendas de venta de boletos de avión, la piscina central con sus bordes de mármol convertidos en bancos, la sala de los espejos, las viejas vitrinas con arte popular cubierto de polvo, además del segundo piso y las piezas de hierro forjado que Víctor Delfín diseñó para su inauguración: por ejemplo, el Yawar Fiesta ubicado en el primer patio es impresionante y asombroso.

Yawar Fiesta, de Víctor Delfín. (Fotografía: Datos de LIma)

Hoy, Casa Tambo ha renacido como un restaurante-museo, combinando la alta cocina con la promoción del arte y la cultura. El segundo piso alberga una sala de arte popular con piezas de la colección de la familia propietaria, mientras que el primer nivel acoge una galería de arte contemporáneo para exposiciones temporales.

Una ruta cultural por descubrir

La recuperación de esta casona es motivo para resaltar su propuesta cultural, ya que contribuye a delinear un nuevo eje cultural en el centro histórico de Lima. Este recorrido podría comenzar, o terminar según sea el caso, en el Centro Cultural de San Marcos, en el Parque Universitario, continuar en la Galería Martín Yépez, en la Plaza San Martín, seguir media cuadra hasta el Museo de Minerales Andrés del Castillo y su sala de arte, y culminar en Casa Tambo, a pocos metros de allí.

Es urgente, entonces, potenciar este recorrido con otras experiencias artísticas, como el siempre postergado proyecto de convertir el Cine Colón en un centro cultural. Lástima que el jirón Quilca, cercano a la zona, esté tan deteriorado y que lo único que se busque en sus calles sean ahora las aventuras nocturnas entre bares.

Incidencias de Paolo Vigo

La galería, compuesta por una sala única de cuatro paredes, ofrece un escenario ideal para propuestas individuales. En esta ocasión, la exposición de Paolo Vigo presenta nueve obras de gran formato que exploran las tensiones entre el hombre y el ecosistema. La afectación al medioambiente se traduce en el uso de los “antifaces”, conceptos visuales que Vigo emplea para cubrir las miradas de sus personajes.

Este recurso se convierte en un eje simbólico que atraviesa toda la exposición, articulando una narrativa clara y directa que conecta fácilmente con el espectador. En otras palabras, la exposición es una idea, una preocupación y una propuesta llevadas al lenguaje pictórico, que se comunica casi literalmente con el público, transmitiendo el concepto sin dificultad.

Piezas de la exposición de Paolo Vigo

La afectación que atraviesa las composiciones de Vigo no solo ensombrece los rostros de sus personajes; también se convierte en un símbolo visual poderoso, que transmite con intensidad la carga de nuestra huella ambiental. El deterioro que nubla las miradas, consume la memoria y anula la preocupación ecológica se convierte en el tema central.

No sé por qué, al ingresar a la sala, me vino de inmediato a la mente la obra de Tito Monzón, también pintor trujillano. Tal vez fueron los personajes infantilizados, pálidos y andróginos, o quizás esa confrontación de rostros y la contundente idea que se nos presenta. Sin embargo, esa sensación pronto se disolvió al recorrer la muestra y sentir el rastro de la brea, un motivo recurrente que atraviesa todo el conjunto, otorgándole un carácter único y definido.

También me llama la atención la formación de Vigo, quien proviene de la arquitectura. Últimamente, están destacando artistas con esa misma formación, que demuestran un excelente manejo pictórico del espacio y de las formas, y, en cierta medida, una visión muy lúdica que impone y sobrepone escenas, ideas o conceptos sobre sus pinturas.

El texto de Juan Peralta, prolífico curador de decenas de exposiciones recientes, se convierte, tras sus conversaciones con el artista, en el nexo entre las ideas originales y lo que finalmente nos plantea Vigo, comunicándonos el detonante necesario para acercarnos a su propuesta: “En ese sentido, podría articularse como una narrativa que examina la interacción del ser humano con el medio ambiente, posicionándolo como un agente transgresor que evidencia el impacto negativo de sus acciones sobre los ecosistemas. Este enfoque resalta cómo la actividad humana, desde la contaminación, el derrame, la emisión de gases tóxicos y la explotación desmedida de recursos hasta el cambio climático, perturba de manera irreversible el equilibrio natural, en el que se ve afectada la propia humanidad.”

Incidencias, es una exposición clara, sin complicaciones conceptuales, que ofrece una mirada fresca sobre el deterioro de nuestro entorno y llega a nosotros con la certeza de ser comprendida sin estorbos por nuestros sentidos.

Sugerencias conclusivas

Tres recomendaciones finales. Sobre la exposición: es necesario que los encargados de la galería retiren la pieza ecuestre colocada en el centro de la sala, ya que no pertenece a la propuesta de Vigo y genera confusión entre los visitantes.

La pieza que debería salir de la sala a galope de la exposición de Paolo Vigo

También es necesaria la visita a la sala de arte popular. Se exhibe una réplica de época de un cuadro de Ignacio Merino, La venta de los títulos, realizado por María Francisca Elguera, pintora de inicios de siglo, que es toda una sorpresa. A ello se suma el espacio dedicado a Teodoro Núñez Ureta, y obligada resulta además, la visión del cuadro de Ángel Chávez centrado en la gesta de Túpac Amaru II.

Para los amantes de los dulces: es imprescindible culminar esta ruta cultural que proponemos con una visita a la pastelería Pancho Fierro, ubicada en la entrada de Casa Tambo. Sus postres, frescos y de sabor excepcional, son el cierre perfecto para tu jornada museal.

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