En el año 2005, precisamente el 21 de julio, en el corazón del Centro Histórico de Lima, el Congreso de la República del Perú inauguró una gran sala dedicada al arte popular peruano, un espacio bautizado en honor al maestro retablista Joaquín López Antay. Aquella tarde de inauguración, la sala resplandecía con la promesa de convertirse en un faro de cultura en medio del bullicio citadino, presentando una muestra que reunía lo mejor del arte tradicional de nuestro país. Allí estuve, entre el público asistente y las palabras protocolarias del congresista Ántero Florez Áraoz, cubriendo el evento para la sección cultural del diario El Peruano.

Pero, como tantas otras iniciativas del Congreso, el brillo fue efímero. La sala, ubicada en el edificio Fernando Belaúnde Terry, en el Jirón Huallaga Nº 330, que en su inauguración parecía un símbolo de revalorización de nuestras raíces, pronto cayó en el abandono. Después de aquella primera muestra hubo una segunda en 2006 dedicada a la Fiesta del Corpus Christi, y las puertas que se abrieron al público con tanto entusiasmo, se cerraron sin explicación, dejando que el polvo y el olvido tomaran posesión del lugar.

Pasaron los meses, y cada vez que pasaba por allí, veía con tristeza a través de las grandes ventanas, cómo los muebles y la museografía comenzaban a mostrar los signos de la negligencia. Los colores que antes vibraban en los retablos, ahora se opacaban bajo la falta de mantenimiento, y las letras de metal que anunciaban el nombre de Joaquín López Antay en la entrada empezaban a desprenderse, una a una.

Una noche, mientras caminaba por el lugar, vi la «L» de «López» tambaleándose, a punto de caer. Intenté colocarla en su lugar, pero se quedó en mis manos. Hoy la conservo, no solo como un simple objeto, sino como un testimonio de los esfuerzos inútiles de esperar algo duradero del Congreso en favor de nuestra cultura.

Finalmente, la sala se convirtió nuevamente en oficinas, y lo que pudo haber sido un espacio para el arte popular se transformó en otro símbolo más del desinterés institucional por nuestro patrimonio. Comparto entonces la noticia que en aquel entonces fue publicada, una nota que hoy, con el paso del tiempo, adquiere un matiz melancólico al recordarnos lo fugaz y frágil que puede ser el compromiso con nuestra identidad cultural.


El mundo como retablo

EXPOSICIÓN EN MEMORIA DE JOAQUÍN LÓPEZ ANTAY

Por: Daniel Contreras M.

Nueva galería en el circuito turístico del Centro Histórico. El Congreso de la República, mediante su fondo editorial y de cultura, ha abierto las puertas de una sala dedicada exclusivamente al arte popular y a la creación de maestros artesanos como Joaquín López Antay, cuyo nombre lleva, precisamente, el espacio.

Para Joaquín López Antay (1897-1981), un cóndor andino muy bien podía representar al Espíritu Santo, pues todo lo referente a la tradición occidental de la religión se convertía ante sus ojos en relato autóctono. Asimismo, aquel espacio dedicado a los cánones del género tradicional del retablo resultó subvertido por su trabajo, el cual fue mucho más allá de la labor del artesano en serie.

Nacido en Huamanga, Ayacucho, López Antay consiguió sintetizar nuestra simbiosis cultural en un objeto: el cajón de San Marcos, pequeña capilla portátil de escenas costumbristas y creencias andinas que, gracias a él, inició un cambio radical en su imaginería de índole religiosa. Los temas profanos y contemporáneos inundaron el lugar de las figuras sacras. De las escenas bíblicas, se dio paso a las fiestas populares, los bailes, las peleas de gallos y de toros, las «borracheras», rituales interminables de las zonas rurales. Inclusive la construcción misma del San Marcos también varió, ya que se le aumentó el tamaño y los pisos.

Dicha ruptura con la tradición tuvo como influencia la presencia de los indigenistas —entre ellos José Sabogal—, quienes tras «descubrir» la obra de López Antay en la década de 1940 derivaron esta historia hacia uno de los debates artísticos más recordados de los últimos tiempos, por ser el más polémico.

Mundos en choque

El Premio Nacional de Cultura que le fue concedido a López Antay en 1976 significó una prolongada polémica sobre arte y artesanía en el Perú.

Muchos lo apoyaron, inclusive desde el gobierno, que bajo el mando del general Juan Velasco Alvarado revalorizó los símbolos andinos. Se produjo así una disputa que, más que artística, rozaba los linderos de la política nacional.

Hubo enfrentamientos iracundos contra la decisión, reclamos y manifiestos de asociaciones de artistas. Esa polémica, que se llevó a cabo durante muchos meses y tuvo como epicentro el local del Instituto Riva-Agüero, trajo consecuencias: un año más tarde, el pintor surrealista Fernando de Szyszlo renunciaba a la entonces Comisión Nacional de Cultura, al ser remitida una muestra de maestros artesanos a la Bienal de Sao Paulo: una controversia nunca aclarada entre el arte culto u oficial versus el popular. Sin embargo, sobrevivientes de la época afirman que en aquel entonces el ambiente cultural de Lima nunca se vio tan animado.

Nueva sala

En la actualidad, el artista artesano es visto con otros ojos. Nadie puede negar la existencia de geniales creadores nacidos de las canteras de los talleres rurales, cuya visión ha permitido un quiebre entre los que es la venta seriada y la obra única.

Y hoy, otro avance se hace patente: la inauguración de la Sala de Arte Tradicional Peruano Joaquín López Antay, abierta desde la semana pasada al público por el Congreso de la República. Dicha sala presenta una muestra de maestros tan reconocidos como el propio López Antay, Leoncio Tineo, Edilberto Mérida, Hilario Mendivil, Georgina Dueñas, Jesús Urbano, Max Inga, Santiago Rojas Álvarez, Alfonso Sulca, Santiago Paucar, Apolonia Dorregaray, Maximiliano Palomino, Delia María Poma y Florentino Jiménez.

Esta exposición, y las siguientes –pues se ha anunciado que la sala albergará los trabajos ganadores del Premio Anual Amauta— puede visitarse hasta noviembre en el edificio Fernando Belaúnde Terry (Jirón Huallaga 330), de 09:00 a 17:00 horas.

Publicado en la sección cultural del Diario Oficial El Peruano, Lima, martes 26 de julio de 2005


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