
Artículo publicado en Identidades
Suplemento del Diario Oficial El Peruano
Lima, 8 de agosto de 2005
La desaparición de Guillermo Lohmann Villena representa una pérdida significativa para el estudio de nuestro acervo documental. Su vinculación con el Archivo General de la Nación, por otra parte, se remonta a años de visitas ininterrumpidas y a horas de profunda inmersión en la historia colonial peruana, plasmada en casi dos kilómetros de manuscritos.

La sala del Palacio de Justicia, donde Guillermo Lohmann Villena dedicaba horas a revisar documentos virreinales, se encuentra en proceso de repintado y reorganización. En el nuevo local del Correo Central de Lima –al que recientemente se trasladó parte del acervo histórico del Archivo General de la Nación (AGN)–, una de las principales áreas de investigación llevará su nombre como homenaje al investigador más constante.
Reconocido por el diario español ABC como “una de las figuras más destacadas a nivel mundial en el estudio de la América de los siglos XVI al XIX”, y dos veces finalista del premio Príncipe de Asturias de Humanidades –solo por citar un fragmento de su extenso currículo–, Lohmann mantuvo una relación estrecha con el AGN, custodio de los documentos más relevantes de la historia peruana.
José Luis Abanto, responsable de la Dirección de Archivo Histórico, subraya que su partida priva al Perú de uno de sus historiadores más rigurosos: “Pablo Macera, en uno de sus trabajos, señaló que en el país existía un grupo de investigadores adscritos a la línea erudita. Lohmann pertenecía a ese grupo, junto a figuras como Jorge Basadre o Raúl Porras Barrenechea. La precisión en el manejo de las fuentes, junto a una minuciosidad ejemplar en sus citas bibliográficas y documentales, reforzaban las hipótesis de sus investigaciones”, afirma, remarcando que era “uno de los últimos exponentes de esa tradición”.
Un investigador que optimizaba su tiempo al máximo encarna, así, las cualidades que toda obra histórica debe poseer: meticulosidad, conciencia y constancia.
LOHMANN Y EL AGN
Estas mismas virtudes definieron la vida de Lohmann Villena. Su presencia en el AGN fue casi permanente desde 1937, año en que inició sus investigaciones entre los fondos documentales conservados, con especial énfasis en la época colonial –su área principal–, paralelamente al análisis del célebre Libro Becerro de los conquistadores.
“Fuentes valiosísimas a las que Lohmann –experto en archivos privados, regionales y extranjeros– regresaba una y otra vez para reinterpretarlas, tal como exige el rigor historiográfico”, precisa Abanto.
En 1985, asumió la dirección de la institución y, hasta hace poco, participaba activamente en su gestión como integrante de la Comisión Técnica Nacional de Archivo, representando a la Academia Nacional de Historia, de la que fue miembro ilustre desde 1955. Además, en 2002 fue nombrado miembro honorario de la corporación.
IBA A PIE
“Incluso llegaba caminando”, relata César Durand, archivero del AGN y testigo de las visitas diarias del doctor Lohmann, quien dedicó su jubilación por completo a la investigación. “Abrimos a las 8:00, pero él ya estaba aquí a las 7:45. Algunos compañeros lo veían incluso antes, cerca de la Iglesia de las Nazarenas, que solía visitar antes de venir”, añade.
La última vez que acudió al AGN fue el 10 de mayo, Día del Archivero. Ese día, durante una ceremonia, se clausuró la sala de estudios coloniales que frecuentaba con asiduidad. Lohmann esperaba conocer las nuevas instalaciones del Correo Central, proyecto que respaldó desde sus inicios.
Unos lo recuerdan parco, serio; y otros, vital, alegre, pero siempre joven, de espíritu, que es lo principal.

Última fotografía del historiador peruano Guillermo Lohmann Villena (primero de la derecha)
UN ARTÍCULO INÉDITO
Este es un fragmento del último artículo entregado por Guillermo Lohmann a la Revista del Archivo General de la Nación, cuyo vigesimoquinto número se publicará en septiembre. En «Un documento más sobre un libro limeño esquivo», analiza el Libro de la oración y meditación de fray Luis de Granada.
❝Es sorprendente en verdad que un libro incluido en el Catálogo de libros prohibidos desde 1559 alcanzara tal boga y que se importara en el Perú tal alud de ejemplares del Libro de la oración…
Por lo mismo llama la atención que en Lima el presbítero Manuel Correa se lanzara a encargar la impresión de 500 ejemplares, lo que a las claras indica que la avidez por adquirir esa obra de fray Luis de Granada superaba la oferta libreril, o que los impresos que llegaban de España, muchos de los cuales vienen con la anotación «de los nuevos», «dorados», «llanos», con manecillas o «de manos enlazadas» acaso llegaban dañados por la humedad y el trasiego por mar y por Tierra Firme, o el esmero en el arte de encuadernar en Lima alcanzaba una calidad superior.
De todas formas, gracias al segundo contrato, escriturado en 1608, se viene a descubrir que Del Canto, trapalón como era ya inveterado en su comportamiento, no había cumplido con entregar para la Navidad de 1607 los ejemplares impresos por él y hubo que acudir a otro artesano, Cristóbal Bejarano, para remediar la extorsión causada a Correa.
No estará fuera de lugar poner en cuenta que, para enfervorizar la espiritualidad de Santa Rosa de Lima, las lecturas de fray Luis de Granada desquiciaron la mente de las supuestas ‘alumbradas’.❞