La Lima de los años 50 y 60 fue testigo de una vida nocturna vibrante y de un encanto peligroso, marcada por las boites, aquellos emblemáticos locales que ofrecían espectáculos de vedettes y bailarinas exóticas. El siguiente artículo nos invita a un viaje nostálgico por las noches de antaño, donde el mambo y el cha cha cha resonaban en los salones, y la bohemia limeña se vivía con intensidad.
Descubre la historia de estos espacios hoy desaparecidos, los personajes que los hicieron célebres, y cómo la ciudad se transformaba al ritmo de la música y el neón. Adéntrate en la memoria de una Lima que, aunque ya no existe, sigue viva en el recuerdo de sus húmedas y lúbricas noches eternas.
Boites de Lima: la añeja versión de la noche eterna
SEÑORITAS DEL AYER
Por: Daniel Contreras M.
Hoy nos gana la nostalgia y miramos hacia el ayer. Hacia una Lima distinta a la actual, en la que las normas del placer y la diversión eran otras. Locales nocturnos que ya no existen, bailarinas exóticas de paradero y destino desconocido, lentejuelas y fotos para una bohemia extinta: las boites y las bataclanas de Lima antigua.
Helen Fontan, irradiando talento y elegancia bajo el destello de la cámara
Cuando en Lima no había autobuses atiborrados de pasajeros, sino tranvías llenos y los cines de barrio proyectaban seriales que cientos de espectadores esperaban cada semana. Cuando Lima no sobrepasaba el millón de habitantes, y eran el mambo, el cha cha cha, el bolero, el vals e incluso el jazz lo más escuchado en las fiestas, existió un mundo nocturno activo e incesante, que bajo la luz del neón y la llovizna, surgía de noche y se desvanecía con la mañana.
Era el mundo de las boites (pronúnciese buats, por favor), del night club, los cabarets, los grills del centro y alrededores, donde vedettes, bailarinas y bataclanas del ayer eran el paradigma de la belleza popular de aquellos años entre las décadas de 1950 y 1960, mientras la ciudad se hallaba en rápida transformación.
La bohemia era experimentada por todos, desde periodistas, intelectuales, artistas hasta empresarios, y los recorridos nocturnos eran verdaderos recorridos, que incluían en el menú una mazamorra bien limeña de hombres y mujeres, todos ávidos de diversión.
Como bien sabemos o habremos escuchado, las boites o grills eran aquellos centros nocturnos que presentaban fastuosos shows multicolores, con las vedettes más impresionantes, y los astros y cantantes del momento, devorados hoy por el lamentable olvido.
Avisos periodísticos de 1967 anunciando los espectáculos en la boite Grill Pigalle de Jesús María y la Grotta Azzurra en el Centro de Lima, íconos de la vida nocturna de la época.
Boites y protagonistas
Madrugadas de alcohol donde usualmente no faltaba la “pichicata” para “aguantar” la noche, de plumas, lentejuelas, luz negra y salones de baile. Betty di Roma, Ruby Cristal, Peggy Tessman, Satanela, Zoraya, Linda Lorenz, Anakaona, Mara la Salvaje, Norma Marini, eran solo algunos de los nombres femeninos que aparecían en las marquesinas.
Todas ellas desfilaron su escultural cuerpo por los escenarios de nuestras extintas noches limeñas, reemplazadas hoy con vedettes de televisión para los futbolistas y los bares con peperas para el pueblo.
Un florilegio de tres damas emblemáticas de una boite limeña: la elegancia y el talento en su máxima expresión en la vibrante escena nocturna de Lima.
El Grill Tabaris, la Grotta Azzurra, la Boite el Olímpico, son igualmente solo algunos huariques antiguamente conocidos. O el Grill Embassy en el centro de Lima, boite testigo de las madrugadas olvidadas por la historia. Grandes historias, histerias largas, mollizna a la salida y con paraguas. Carros negros y brillantes, zapatos de charol, mujeres de taco alto. Compendio derruido de cómo se divertían los limeños en la época de oro de nuestro espectáculo revisteril.
Épocas de oro y luces de celofán
En realidad, no había lujosos vestuarios, ni fastuosas escenografías, ni efectos luminosos que deslumbren al respetable; todo era más bien modesto, precario y de cartón.
El ajuar de las bailarinas era simple, cosido y remendado por ellas mismas, con mucho dorado y papel platino. Las plumas y lentejuelas tenían que ser importadas, lo que aumentaba su precio. La escenografía y los decorados eran pintados a mano sobre telones de tocuyo con pintura para pared, y los efectos de luces se hacían con tachos fabricados con latas de aceite vacías y celofán de colores.
Poblaban sus páginas sensuales imágenes y nombres, como los de Isabel Ubilla, Elba Montes, Fairus, Minina Campos, Bhelkiss, la gitanilla Rosita, Gilda Lorenz, Ninoska, Alexandrowska, Ninon Rose, Manon Dancan»
Los redactores de boite
Aquel ambiente también tenía sus voceros, pequeñas revistas que publicitaban este mundo de cruda fantasía. Entre las más conocidas a fines de la década de 1950 se hallan Vida Nocturna y Nocturno, la revista de los espectáculos, ambas dirigidas por Ramón Barrenechea, y Show, con Julio Samaniego y Víctor Flórez a la cabeza.
Las vibrantes portadas de las principales revistas nocturnas de Lima en la década de 1950, capturando el brillo y la seducción de la época.
Usualmente, los trasnochadores redactores de este tipo de revistas eran periodistas de día, por ello, también solían ocultarse tras seudónimos como Bla, Nocherniego, Videolandia, Marosan, Punto y coma, Don Claro, o Juan Conde. Tampoco faltaban las columnas de chismes, como Por los camerinos, Diálogos telefónicos, Dicen que dicen, Entre show y show, o Flash a la vista, entre otras.
Poblaban sus páginas sensuales imágenes y nombres, como los de Isabel Ubilla, Elba Montes, Fairus, Minina Campos, Bhelkiss, la gitanilla Rosita, Gilda Lorenz, Ninoska, Alexandrowska, Ninon Rose, Manon Dancan: cuerpos voluminosos provenientes tanto del talento nacional, como de Chile o la Argentina.
Las imágenes en technicolor, muchas pintadas a mano o coloreadas con precarios filtros, adornaban las páginas y afiches de las revistas nocturnas de Lima en los años 1950.
Diversión, chismes de bailarinas y cachascanistas, escándalos y líos entre empresarios del ramo, noticias no podían faltar para estas revistas, pues eran muchos los locales. Como el Casanova, ubicado en el Jirón de la Unión, o el Negro Negro y el Deresco Club, ambos en la Plaza San Martín. Hacia la Colmena se hallaba el Bagatelle, y en distritos periféricos como Jesús María, La Victoria o Santa Beatriz, pequeños locales como el Tourbillon, Las Brujas, Las Tinieblas, Las Ruinas, Le Martinique, o el Peter Pan.
Nada dura para siempre
Posteriormente, con el crecimiento de la ciudad y los cambios en las formas de diversión, las boites fueron desapareciendo. Los años setenta llegaron con el fenómeno de los café-teatro y, en la década de 1980, las famosas cabinas “de a sol”, en las que por una moneda se abrían las cortinas rojas para ver el striptease de una chica con rostro de aburrida.
Actualmente, todo ello es parte del recuerdo, de un ayer que parece lejano, pero que en realidad sucedió hace pocas décadas. El sonido del mambo se apaga y da paso a otros ritmos de moda. Se trata del fin de un mundo que hoy solo vive en las páginas de diarios antiguos y en la memoria de unos cuantos adultos mayores.
Que viva la boite, que no ha muerto ni seguirá muriendo.
Tres representantes icónicas de las boites limeñas de los años 50, inmortalizadas en blanco y negro.
[Artículo publicado, pero no me acuerdo dónde…]
2 comentarios en “Boite y Bataclanas: La Nostalgia de la Noche Limeña en los 50”
Qué maravilla!!!!!
GRACIAS NEPTUNO QUERIDO!!!!