¡SI LOS INSECTOS FUESEN MONSTRUOS!
Los insectos no nos horrorizan porque son de proporciones mínimas. Tememos a las fieras porque son más fuertes que nosotros y nos pueden causar serios daños, no porque sean monstruosos. No, eso no. Un león, un tigre, un búfalo, son bellísimos animales y no nos cansamos de admirarlos… cuando los vemos enjaulados.
Pero imagínese todo el horror que se le tendría a una araña ¡que tuviese el tamaño de un elefante!
[Esta es una versión resumida del artículo: Se os insectos fossem monstros, publicado en Selecta, Río de Janeiro, 8 de septiembre de 1915.]
Tratemos de imaginar lo que serían los animales más insignificantes, los insectos transformados de repente en enormes bestias, vagando por las calles de la ciudad, aterrorizando a los miserables humanos, que parecerían muy pequeños a sus pies.
Piense un poco en el pánico que produciría en uno de nuestros modernos subterráneos una enorme larva de mariposa, que logró escapar de la jaula o escapar de la vigilancia de sus guardias, convertida en gigantesca en tan solo una noche.
Como se puede ver en la imagen, la larva de la mariposa tiene proporciones enormes, adoptando la figura de un monstruo aterrador. Pero imaginemos que un día una gran ciudad fuese visitada por una araña monstruosa, del tamaño de un mamut, que corriese por la avenida principal atacando a los desgraciados transeúntes, destruyendo carros y carrozas para terminar sus miserables vidas en una maraña de cables eléctricos después de haber sembrado la muerte y la destrucción por todas partes.
«una araña monstruosa, del tamaño de un mamut»
Ciertamente no faltan las arañas en nuestras ciudades y en nuestras calles. Las tenemos en cantidad en las paredes de las casas más antiguas incluso en el follaje de los árboles; Pero oye, en nuestro caso fantástico, ¡se trata de una araña de ocho o diez metros en el subterráneo!
La minoría pues, halla con razón, motivos para reír de todo. Pero bastaría reflexionar un poco y al mismo tiempo tener un poco de imaginación, para convencernos de que el mundo podría ser mucho peor. Hay, por ejemplo, días de un calor insoportable, pero debemos consolarnos al pensar en la suerte que tendríamos ¿si el termómetro subiese a doscientos grados Fahrenheit a la sombra? O a contrario, si en el corazón del invierno, ¡nos cayese una temperatura de cien grados bajo cero! O que el granizo caiga sobre la tierra en pedazos del tamaño de una bala de cañón, o que una lluvia torrencial ¡durase una semana entera!
«luciérnagas, enormes como elefantes»
Sería aún peor si los insectos no fueran los diminutos animalitos, tan aborrecidos como son. ¡Qué calamidad, qué espanto si los mosquitos fueran del tamaño de un camello, o si una bandada de luciérnagas, enormes como elefantes invadiese nuestros jardines obligándonos a luchar contra ellos con metralla!
A nadie se le ocurriría la fantasía de correr a la casa de los vecinos para contar que vio una mosca en tal calle de la ciudad, porque se sabe que en esa calle, como en todas las demás, las moscas existen por millares; pero la cosa cambiaría de forma y produciría un terror justificado si se tratase de una mosca del tamaño que compitiese con el de un elefante… Esto es suficiente para hacerse la idea de los enormes desastres que provocaría una mosca tan grande, sabiendo cuánto son aborrecidas, cuan petulantes e indiscretas son, pero en proporciones mayores.
Otro insecto molesto y pernicioso, también de minúsculas dimensiones, es el mosquito. Es un hecho conocido que en la India, por poner sólo un ejemplo, unos cinco millones de los habitantes mueren cada año por la malaria. Piénsese, pues, en el terror de un gran población en el día un mastodóntico mosquito vuele sobre las principales plazas de su ciudad.
¿Quién no sabe cuán dañinas son las langostas?
Los pobladores de algunas regiones del África lo saben bien, que periódicamente reciben la visita de estos dañinos animales decididos a destruir todo lo que se opone a su marcha: plantaciones, árboles, setos, etc.
«es fácil imaginarse la terrible destrucción que sería capaz de hacer»
Para impedir de alguna manera su avalancha destructora—porque las langostas invaden los campos en masa compacta- los colonos organizan cacerías especiales, cavan zanjas para que caigan dentro, levantan redes especialmente construidas con lo que logran apenas disminuir el daño que hacen a sus cultivos.
Ahora bien, si una de las langostas que conocemos, uno de estos animalitos pudiese crecer, una noche, hasta llegar a proporciones gigantescas y, más tarde, aparecer en la calle más concurrida de una ciudad, es fácil imaginarse la terrible destrucción que sería capaz de hacer, y cuál sería el pavor de los desafortunados ciudadanos al ver tan enorme enemigo.
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