Reproducimos a continuación una entrevista realizada a Emilio Gutiérrez de Quintanilla y publicada en Lima el 7 de julio de 1917 en el semanario ilustrado Revista de Actualidades.

La nota está cargo de Gastón Roger, seudónimo del escritor Ezequiel Balarezo Pinillos, para muchos investigadores autor de la célebre frase: «Peruanicemos el Perú», titulo de la columna que tuvo a cargo en la revista Mundial.

Gutiérrez de Quintanilla es un personaje singular en la historia museal peruana. Copiamos la biografía que el sitio Wikipedia nos ofrece:

«Descendiente de la antigua nobleza peruana, fue nieto en línea paterna de Juan José Gutiérrez de Quintanilla y Ríos, que fue caballero de la Orden de Carlos III, contador general de tributos, regidor perpetuo de Lima, a quien la Real Audiencia adjudicó la mitad del mayorazgo y vínculo del marquesado de Monterrico, que fundaron en Lima el general Melchor Malo de Molina y Alarcón y su esposa María Ponce de León (1638).»

«Gutiérrez de Quintanilla fue esencialmente un hombre escritor, pero dedicado también a la pintura y arqueología. Nacido en Lima en 1858. Fue miembro correspondiente de la Real Academia Española (1886), fundador de la Sociedad Geográfica de Lima (1888) y del Instituto histórico del Perú (1905). En 1911 fue nombrado jefe del Departamento de Historia del Museo Nacional (1911) y director del Museo de Historia Nacional (1920-1935). Fundador junto con Ricardo Palma de la Academia Peruana de la Lengua. Falleció a la edad de 77 años en el año 1935.»


LOS OLVIDADOS | CON GUTIÉRREZ DE QUINTANILLA

Gastón Roger

Una noche, comiendo en un restaurant, un amigo nos decía:

—La teosofía está aquí mucho más divulgada de lo que usted piensa…

—Buenos los espárragos, ¿verdad?

Confundíamos las espinacas con los misterios de Oriente. Y tras de un trago de vino, sonaba el nombre de Chrisnamurti, evocador infantil del Rabí de Galilea.

—Hay teósofos que son hombres tan insignes como Gutiérrez de Quintanilla, un sabio que escribe a la manera de Cervantes e inventa muebles para el museo.

—A propósito, ¿vamos dónde Quintanilla?

—De acuerdo.

Antes de llegar hasta el venerable escritor, hay que pasar por un compartimento del Museo, donde los
amplios cuadros de Lepiani se coluden con objetos de arqueología, flechas del Imperio y cabezas de la colonia.

Bajo, grueso, moreno, bigotes y barbilla blancos. Una gran fuerza y una incesante actividad en la mirada. Comedido y pulcro. Las manos gordas, pero finas. Una sutil animación en la charla. Una desconcertante riqueza en el vocablo y en el concepto. Una breve risa chispeante tras de cada comentario.

Un humorismo fresco y claro en cada una de estas risas cortantes. Ágil de figura, ágil de talento, ágil de espíritu. Flexible, divieso, extraordinario. ¡Qué distinto, señor, qué distinto a aquel búho gruñón, hosco como una górgola, que nos habíamos figurado!…

—¿Trabaja siempre, don Emilio?

—¿Trabajar?… Todos los días. Me pagan para eso. Luego, a horas de reposo, escribo. Escribo para la polilla, para los ratones. ¡Tantos originales que duermen en los anaqueles!

—El peligro de la cultura, para el público grueso,

—Y para el que no es grueso, para la élite. Existen entre nosotros ciertas normas estéticas, cuyos sumos maestros son inflexibles. Los que no transigimos con ellos nos encontramos desorientados, desvinculados. Buscamos refugio en el estudio, y el estudio es entonces nuestro castigo. Resultamos raros, antipáticos y odiosos. Los antiguos camaradas nos olvidan, y se nos rodea de silencio.

—Hasta que llega el pesimismo.

—En unos casos, y en otros el suave consuelo del abandono. El abandono es también un sendero hacia la calma. La calma se rozandica con el desastre y el desastre es una liquidación cómoda.

«Todo el Museo lo domina como solo se conoce la habitación propia. Esta vitrina, aquel cofre, la momia de en frente. El sabio maestro salta, se prodiga, va de un extremo a otro.«

Gutiérrez de Quintanilla es un curioso por todo. La ductilidad de su espíritu, la multiplicidad de sus talentos, le llevan a los más raros caprichos. Para sus lecturas y para su producción literaria, ha clasificado las ideas por números, y así expone, por ejemplo:

«Articulo sobre escuelas normales de Buenos Aires, 18 o 34 o 95 o cien y tantos»

El control que, sobre sí, tiene este hombre eminente, fascina y asombra. En un estante, al lado de unos borradores sobre las leyes de aguas de los valles cercanos a Lima, otros borradores sobre el centenario de Cervantes, en que es resucitada la copiosa y luminosa fabla, y unos dibujos que reproducen telas de los incas. Y mas allá, en aquel otro anaquel, que realmente amenaza y hasta irrupciona la polilla, un tema sobre la filosofía del carácter nacional, y un diccionario de ideas. Un diccionario de conceptos que sería un perfeccionamiento del diccionario de palabras de la Academia.

En la sala, dos muebles debidos a su ingenio.

—Mi orgullo reside en su originalidad. Son muebles enteramente desconocidos en Europa, como que no los hay en Alemania. Los habrá mejores, pero como éstos no. Son de mi invención exclusiva.

—Ya los habrá iguales en Alemania. Con un plano hurtado, la invención de usted se habrá extendido, señor.

Todo el Museo lo domina como solo se conoce la habitación propia. Esta vitrina, aquel cofre, la momia de en frente. El sabio maestro salta, se prodiga, va de un extremo a otro. Su diligencia es tan asombrosa como su ciencia. Las telas que ha pintado, ya acuarelas, ya óleos, ya impresiones a pluma, parece que saltaran del papel. Son la realidad misma.

Afectuoso, múltiple, exquisito, atrayente, el soberano escritor tiene un comento, una teoría para cada indagación, Todo lo sabe este anciano. Ahora, por las tardes, da lecciones de dibujo, por gusto, graciosamente, a dos niñas, y se ocupa en el arreglo de un balcón colonial, que será exactamente reconstruido para las fiestas patrias:

—¿Cuántas horas lee usted al día?

—No leo casi nada. Me ha hartado la lectura y sólo me sirve de dormidera. Leía antes. Después de haber sido agricultor, quise aprovechar el tiempo con los libros que es una manera de quemarse la cabeza.

Ríe después, con su risita cortante, desatada y corta.

¿Humorismo?… humorismo en él. En nosotros, despecho. ¿Porqué este sabio está oculto, este ogro que tiene la simpatía irresistible de su resplandeciente cerebro?.

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